Estaba sola en su casa. La ciudad estaba desierta. Solo ella y sus recuerdos. Atrás habían quedado los días de felicidad. Su niñez, su adolescencia. Solo eran recuerdos. No quedaba más que esperar, esperar ese momento…
Había perdido la noción del tiempo. No había cable, ni Internet, las líneas telefónicas estaban cortadas, igual que la luz y la calefacción. Al llegar la noche, apenas prendía una pequeña vela para poder comer algo, aunque poco le importaba comer, total…
El resto del día se sentaba en su sillón, recordando momentos. Su cabeza se había convertido en una especie de caja de recuerdos, mil imagines estaban guardadas allí, su música preferida también, era como un reproductor sin fin, una y otra vez sonaban sus canciones predilectas.
Cuando se aburría, se levantaba y miraba por la ventana ese paisaje gris, colosales edificios construidos para soportar cualquier clase de desastre, árboles antiguos que han sido testigos de toda una historia, ¿acaso ellos han vivido algo como lo que se avecina? En ese momento un pequeño gato blanco y negro cruza la calle, ella se pregunta si el indefenso animal sabe lo que se aproxima.
Desde niña se había preguntado como sería ese día. Había visto muchas películas sobre ello y ahora ella era la protagonista.
Sentada en el sillón, sintió algo. En un segundo trató de recordar sus momentos más gratos recuerdos, su canción favorita. Era el momento. Se levantó y se dirigió hacia la ventana más cercana. Un resplandor iluminó toda la ciudad. Sus ojos se llenaron de lágrimas y a su vez una sonrisa se dibujó en su rostro. Era la hora. Cerró sus ojos y sintió como el tiempo, su tiempo se detenía.
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